San Viacheslav (Krasheninnikov)
Por el Muy Reverendo Padre KONSTANTIN
Archidiácono
Sólo hay una manera de definir a San Viacheslav: un niño profeta y sanador.
Viacheslav Sergeevich Krasheninnikov, cariñosamente llamado Slava o Slavik, nació en Iurga, del Óblast de Kémerovo, hoy Federación Rusa, el 22 de marzo de 1982. Fue hijo de Sergej Viacheslavovich Krasheninnikov y de Valentina Afanasevna Krasheninnikov; tuvo dos hermanos (Konstantin, el mayor, y Valentina), y recibió el Santo Sacramento del Bautismo en la cercana población de Tayga.
Dado que Sergej Viacheslavovich era militar, toda la familia debió mudarse constantemente, incluso a la entonces República Democrática Alemana. Viacheslav tenía cinco años cuando llegó a Chebarkul, en el Óblast de Cheliábinsk.
Desde temprana edad, Viacheslav se mostró fuera de la común. Informes recabados entre quienes lo conocieron, lo describen como "de apariencia angelical", "muy amable, obediente, inteligente, piadoso y devoto". A estas positivas características, sin embargo, pronto se sumaron Carismas que no pudieron pasar inadvertidos: el niño comenzó tanto a diagnosticar y a tratar diversas enfermedades, como a profetizar y a predicar con gran fuerza. Como reportó, en su momento, el periódico Pravda: "Todos los días, los enfermos hacían fila cerca de la casa de Slava, en espera de su ayuda. Slava nunca defraudó sus expectativas. Ayudó, sanó y confortó a los afligidos por el dolor mental o físico".
"Yo he recibido un Don de Dios, y debo usarlo gratuitamente para bien de quienes lo necesiten", le dijo a su madre. "Ese es el mensaje que me dieron desde lo alto". En efecto: en alguna ocasión, Viacheslav encontró, dentro de uno de los bolsillos de su abrigo, un arrugado billete de diez dólares: un agradecido enfermo lo había puesto ahí, de manera furtiva; el niño no descansó hasta que el dinero regresó a su dueño.
Alguna vez, Valentina Afanasevna le preguntó a su hijo: "¿Por qué hablas a la gente acerca del infierno?". Viacheslav respondió: "para evitarles ir ahí, y porque todavía no están preparados para oír acerca del Cielo".
Una de sus profesoras, Irina Abramovna Ignatiev, lo recuerda "bueno y amable". "En realidad", dice, "estaba rodeado por una especie de aura; la gente decía que ayudaba a otros y que era capaz de reconocer las dolencias".
En dos ocasiones, Viacheslav fue de visita a la Lavra de la Trinidad y de San Sergio (en Sérguiev Posad, al noreste de Moscú). En tan importante centro espiritual, el propio Stárets Nahum certificó que el Don de Sanación de Viacheslav era de Dios.
Viacheslav murió el 17 de marzo de 1993, a las 4:50 de la mañana, cinco días antes de cumplir 11 años. Seis meses antes, él mismo lo había predicho. Aunque oficialmente se habló de leucemia, la propia Valentina Afanasevna subraya: "todavía no sé por qué mi hijo llegó a un final prematuro; los médicos no pudieron diagnosticar la terrible enfermedad que lo mató". Lo cierto es que aún en su lecho, en el área de hematología del hospital, Viacheslav siguió atendiendo enfermos.
Su funeral tuvo lugar el 19 de marzo. Pronto, su tumba en Chebarkul atrajo a peregrinos de diferentes partes del mundo (incluidos algunos Monjes del Monte Athos): muchos hasta comenzaron a llevarse tierra y pedazos de mármol, por lo que la familia se vio obligada a sustituirlos. De hecho, Sergej Viacheslavovich coloca frecuentemente pedazos de la compacta y metamórfica roca (procedentes de una cantera cercana a Koelga, en el mismo Óblast de Cheliábinsk), destinados a satisfacer las necesidades de los devotos.
"Un Monje me dio un Icono de San Nikolaj II (Nicolás, el último Zar)", cuenta Valentina Afanasevna. "Lo llevé a la tumba de mi hijo; pronto la gente notó que el Icono había empezado a rezumar mirra".
Muchos padres de niños con enfermedades terminales visitan la casa de Viacheslav. En ocasiones, estos niños están tan débiles que no pueden viajar: Valentina Afanasevna recibe las fotos de ellos y las coloca en una sillita que solía ocupar San Slavik (y que ella conservó, a sugerencia de una mujer profundamente religiosa). "Me han dicho que muchos de esos niños mejoraron después", relata Valentina Afanasevna. "El número de los que se recuperaron sigue creciendo; ya he perdido la cuenta de sus nombres y de sus historias".
Archidiácono
Sólo hay una manera de definir a San Viacheslav: un niño profeta y sanador.
Viacheslav Sergeevich Krasheninnikov, cariñosamente llamado Slava o Slavik, nació en Iurga, del Óblast de Kémerovo, hoy Federación Rusa, el 22 de marzo de 1982. Fue hijo de Sergej Viacheslavovich Krasheninnikov y de Valentina Afanasevna Krasheninnikov; tuvo dos hermanos (Konstantin, el mayor, y Valentina), y recibió el Santo Sacramento del Bautismo en la cercana población de Tayga.
Dado que Sergej Viacheslavovich era militar, toda la familia debió mudarse constantemente, incluso a la entonces República Democrática Alemana. Viacheslav tenía cinco años cuando llegó a Chebarkul, en el Óblast de Cheliábinsk.
Desde temprana edad, Viacheslav se mostró fuera de la común. Informes recabados entre quienes lo conocieron, lo describen como "de apariencia angelical", "muy amable, obediente, inteligente, piadoso y devoto". A estas positivas características, sin embargo, pronto se sumaron Carismas que no pudieron pasar inadvertidos: el niño comenzó tanto a diagnosticar y a tratar diversas enfermedades, como a profetizar y a predicar con gran fuerza. Como reportó, en su momento, el periódico Pravda: "Todos los días, los enfermos hacían fila cerca de la casa de Slava, en espera de su ayuda. Slava nunca defraudó sus expectativas. Ayudó, sanó y confortó a los afligidos por el dolor mental o físico".
"Yo he recibido un Don de Dios, y debo usarlo gratuitamente para bien de quienes lo necesiten", le dijo a su madre. "Ese es el mensaje que me dieron desde lo alto". En efecto: en alguna ocasión, Viacheslav encontró, dentro de uno de los bolsillos de su abrigo, un arrugado billete de diez dólares: un agradecido enfermo lo había puesto ahí, de manera furtiva; el niño no descansó hasta que el dinero regresó a su dueño.
Alguna vez, Valentina Afanasevna le preguntó a su hijo: "¿Por qué hablas a la gente acerca del infierno?". Viacheslav respondió: "para evitarles ir ahí, y porque todavía no están preparados para oír acerca del Cielo".
Una de sus profesoras, Irina Abramovna Ignatiev, lo recuerda "bueno y amable". "En realidad", dice, "estaba rodeado por una especie de aura; la gente decía que ayudaba a otros y que era capaz de reconocer las dolencias".
En dos ocasiones, Viacheslav fue de visita a la Lavra de la Trinidad y de San Sergio (en Sérguiev Posad, al noreste de Moscú). En tan importante centro espiritual, el propio Stárets Nahum certificó que el Don de Sanación de Viacheslav era de Dios.
Viacheslav murió el 17 de marzo de 1993, a las 4:50 de la mañana, cinco días antes de cumplir 11 años. Seis meses antes, él mismo lo había predicho. Aunque oficialmente se habló de leucemia, la propia Valentina Afanasevna subraya: "todavía no sé por qué mi hijo llegó a un final prematuro; los médicos no pudieron diagnosticar la terrible enfermedad que lo mató". Lo cierto es que aún en su lecho, en el área de hematología del hospital, Viacheslav siguió atendiendo enfermos.
Su funeral tuvo lugar el 19 de marzo. Pronto, su tumba en Chebarkul atrajo a peregrinos de diferentes partes del mundo (incluidos algunos Monjes del Monte Athos): muchos hasta comenzaron a llevarse tierra y pedazos de mármol, por lo que la familia se vio obligada a sustituirlos. De hecho, Sergej Viacheslavovich coloca frecuentemente pedazos de la compacta y metamórfica roca (procedentes de una cantera cercana a Koelga, en el mismo Óblast de Cheliábinsk), destinados a satisfacer las necesidades de los devotos.
"Un Monje me dio un Icono de San Nikolaj II (Nicolás, el último Zar)", cuenta Valentina Afanasevna. "Lo llevé a la tumba de mi hijo; pronto la gente notó que el Icono había empezado a rezumar mirra".
Muchos padres de niños con enfermedades terminales visitan la casa de Viacheslav. En ocasiones, estos niños están tan débiles que no pueden viajar: Valentina Afanasevna recibe las fotos de ellos y las coloca en una sillita que solía ocupar San Slavik (y que ella conservó, a sugerencia de una mujer profundamente religiosa). "Me han dicho que muchos de esos niños mejoraron después", relata Valentina Afanasevna. "El número de los que se recuperaron sigue creciendo; ya he perdido la cuenta de sus nombres y de sus historias".